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ANÁLISIS
Reed Hurtado: Oro e ilegalidad
27/06/2016

Oro e ilegalidad

EL COLOMBIANO

MICHAEL REED HURTADO*

El oro es fiebre, delirio y acecho. Lo fue en la época de la Conquista y lo es hoy. Para la política de desarrollo nacional, el oro es promesa, industria y fortuna. Su explotación ha sido activamente promovida bajo la sombra de discursos (viejos y nuevos) de algún tipo de responsabilidad (social, ambiental y empresarial). El potencial del oro es inmenso, nos dicen. Los ríos lloran, la riqueza no llega a la gente, la sangre corre y el saqueo continúa.

A la par de la regulación y la retórica de control y sostenibilidad, explotan escándalos de corrupción, y de destrucción de vidas y del medio ambiente. Todo era previsible – no hay nada nuevo – pero sigue pasando y seguirá pasando.

Hace 20 años, R.T. Naylor produjo un paradigmático estudio sobre el mundo subterráneo del oro (The Underworld of Gold, Crime, Law & Social Change 25, 1996). Delineó como la explotación aurífera estaba inevitablemente cruzada por la ilegalidad. Recalcó que, al margen de la tradición formal de una economía respaldada por el oro, afloraba una dinámica subrepticia que explicaba en buena medida la prolongación de El Dorado.

Las revelaciones y advertencias de Naylor, derivadas del estudio de casos de todos los continentes, representan un manifiesto de injusticia y destrucción anunciadas. Advirtió: “Cualesquiera que sean las peculiaridades del rol del oro en las transacciones internacionales legítimas, su función como un activo anónimo, portable y altamente líquido para ser utilizado en transacciones encubiertas y reservas ocultas permanece, como el metal, sin tacha como resultado del tiempo o del cambio institucional” (192).

La explotación aurífera y su inframundo están inextricablemente asociados al “contrabando, la fuga de capitales, la evasión tributaria, el blanqueo de dinero, la falsificación de moneda y el fraude financiero; sin olvidar, obviamente la devastación ecológica y el ocasional acto de genocidio” (Id).

A diferencia de las rutas paralelas que caracterizan otras economías ilegales, la producción de oro sigue una sola ruta, una vez la materia prima es extraída. Puede ingresar al mercado formal como oro de mina u oro vendido como chatarra o proveniente de otras fuentes.

La materia prima se vuelve una después de los procesos de refinación y fundición realizados por compañías formalmente constituidas (210). La venta de ese producto produce dinero listo para contribuir a la economía formal o ingresar al mercado negro (212). Separar el oro “legal” del “ilegal” es imposible. La distinción entre legal e ilegal en la cadena de producción es siempre incierta –puede haber oro producido legalmente que es destinado a finales ilegales así como oro explotado ilegalmente que termina en manos de productores y consumidores legales (236). El mercado de lingotes no es exactamente el más cristalino (212).

Lo que nunca pasa con las riquezas del oro es que se inviertan en las comunidades obreras.

De Sudáfrica a Brasil a Antioquia, Bolívar, Chocó o Nariño en Colombia, la fiebre del oro trae riquezas a: los inversores que controlan y operan las concesiones, los proveedores de bienes y servicios a la industria formal, algunos intermediarios que participan en la compra-venta de oro, los prestadores de seguridad, y los mercaderes de trago y prostitución (204). Las comunidades reciben riquezas; por el contrario, son invadidas por problemas sociales, violencia, devastación forestal y envenenamiento de sus aguas.

El resplandor del oro colombiano sigue reflejando desgracia. Es hora de encarar el costo de haber estimulado la fiebre y el bajo-mundo que la sostiene.

*Periodista. Abogado. Socio e investigador de la Corporación Punto de Vista. Profesor Universidad Yale


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