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POLÍTICA
Hillary vs Trump: Viaje al centro de la elección
22/07/2016

Hillary vs Trump: viaje al corazón de la elección que conmueve al planeta

CRONISTA

Hillary Clinton y Donald Trump tienen mucho más en común de lo que aparentan. Ambos construyeron sus carreras en New York. Rankean como celebrities, con lo mucho que los estadounidenses se encandilan con las luces y brillantinas.

Y en cuanto a lo político, bueno, puede resultar curioso pero no pensaban tan distinto en algunas cuestiones sensibles como el derecho al aborto y demás hasta hace un tiempo, cuando se encontraron corriendo alrededor de una misma y única silla. Por supuesto que existe un mundo de diferencias hoy entre uno y otro.

Sin embargo, luego del cónclave republicano en Cleveland y la cumbre demócrata de la próxima semana en Filadelfia, Clinton y Trump podrán sumar una nueva coincidencia: ambos son candidatos cuya nominación y destino va atado a la profunda crisis de los partidos tradicionales en Estados Unidos. Y no importa cómo termine esta historia en noviembre, ni republicanos ni demócratas saldrán caminando del cuadrilátero.

Crisis

Una encuesta de New York Times/ CBS News Poll previa a las convenciones indica que poco más de una tercera parte de los demócratas no está conforme con Clinton como su candidata. Al magnate, por su parte, no le va mejor con los republicanos: un 60% no lo asocia a sus valores. Un mismo virus enferma a las fuerzas centenarias de Estados Unidos. Una pérdida de confianza en sus bases históricas con pronóstico reservado. Y si bien Clinton y Trump encarnan dos opciones diferentes para resolver este dilema, en el fondo, el establishment de uno y otro partido busca respuesta a una misma pregunta: cómo reconciliarse con sus votantes.

"Hay factores distintos que explican cada caso, pero si hubiera que encontrar un denominador común, es la crisis de 2008, de la que el país todavía no se recupera del todo", señala Daniel Fridman, sociólogo argentino radicado en Austin, Texas. Y añade: "La crisis trajo dos reacciones 'populares’, el Tea Party y, más tarde, el Occupy movement. Por su dinámica idealista y ultrademocrática, Occupy limitó su participación partidaria y duró muy poco. Pero el Tea Party alteró en buena medida la dinámica legislativa al imponer sus candidatos en el Congreso y en elecciones locales".

A lo largo de estos ocho años en la oposición, los Republicanos no solo consiguieron conquistar el legislativo nacional. También avanzaron sobre 12 gobernaciones y más de 900 bancas estaduales. Según la revista CQ, tienen la mayoría más amplia en 80 años y compiten contra la candidata demócrata más impopular de la historia. Han conquistado territorio y expandido esas voces radicales por todo el país, tal como se pudo percibir en el hablar de las diversas delegaciones que confluyeron en Cleveland esta semana.

"El Partido Republicano ha cambiado, ya no es más el partido de los blancos que van al club. Estamos ganando los suburbios porque las políticas demócratas fracasaron. En esta contienda, Hillary Clinton es la globalizadora pro-Wall Street y Donald Trump, el 'blue-collar', el trabajador", disparó Rick Santorum, en su paso por Ohio. Ultraconservador, él mismo fue arrollado por el Trump-Train en las primarias antes de pronunciarse primero a favor del senador por Florida Marco Rubio y luego del millonario.

En el caso de los demócratas, la rebeldía tomó forma en un senador de 74 años de Vermont, Bernie Sanders, que empujó a Clinton hacia ciertas posiciones menos cómodas para el statu quo partidario. Uno y otro se mantuvieron relativamente parejos en el voto popular y, de ser por los delegados que concurrirán la semana próxima a Filadelfia con mandato popular, la brecha no hubiera sido tan amplia. Pero el Partido Demócrata, a diferencia del Republicano, cuenta con una vacuna contra esa izquierda siempre latente en su cuerpo. Se llaman súper delegados, son figuras partidarias que nominan a su candidato sin más atadura que su consciencia y, además, son 714, capaces de torcer cualquier elección. Clinton se quedó con 591 de ellos. Sanders, apenas con 48.

 

Opciones

En Estados Unidos, todo es binario. No escasean los matices pero el discurso abunda en absolutos en estos tiempos. Republicano o demócrata. Blancos o negros. Black Lives Matter o Blue Lives Matter. "Las condiciones políticas de la era Obama, sin duda, contribuyeron a fomentar un escenario de profunda frustración en vastas porciones del electorado. De forma consistente, desde el triunfo republicano en las legislativas de 2010, toda iniciativa ha sido sujeta a un grado inédito de parálisis. Esto solía ser evitado mediante el trabajo conjunto de los centristas de ambos partidos, pero el ambiente de polarización extrema, hoy lo vuelve un suicidio electoral", piensa Joaquín Harguindey, director del Observatorio Político John F. Kennedy.

En este escenario, Trump encarna al outsider, con las fortalezas y debilidades propias de estos perfiles alternativos que cautivan en momentos de crisis, como ya se vio por Europa durante los últimos años. Pese a la tibia recuperación, la economía ha dejado un tendal de sueños americanos quebrados en el camino. Harguindey señala un factor más, atinente al Partido Republicano: los cambios demográficos. "Estados Unidos posee hoy un grupo de minorías en auge poblacional que no están dispuestas ya a cumplir un rol secundario. Y sus esfuerzos no pasan desapercibidos para una parte de la población blanca que contempla sus avances como un retroceso (real o imaginario) de los beneficios que su condición les otorga. Al menos una parte del fenómeno nativista de Trump y su lucha contra la corrección política, es una reacción a este cambio", explica.

Tanta efervescencia encontró un campeón, uno que habla su lengua, la misma que se escucha en las charlas ocasionales en los colectivos, en los cafés, aunque sea políticamente incorrecta, hasta burda. "Donald Trump es como ese tío boca suelta que te hace sentir incómodo cada vez que llevás un invitado en casa.

Pero habla desde el corazón", comenta Tracey Winbush, delegada de Ohio que dio su voto a Trump, pese a haber ganado por la lista del gobernador local, John Kasich. Winbush da en la tecla cuando resalta que nadie estaba preparado para este hombre: "Es un tipo de luchador distinto y peleó con reglas a las que no estaban acostumbrados los republicanos". De igual manera, el Partido Demócrata no sale sin rasguños de esta inquisición popular. Clinton aparece como la candidata con todas las fortalezas de un político tradicional pero también sus debilidades.

Y Sanders podrá diferenciarse en muchos aspectos de Trump, en su trayectoria, incluso en sus propuestas, pero en el fondo, encarna un disgusto similar de cierta parte de las bases con el establishment de su partido. Para miles de jóvenes, algunos de ellos protagonistas de Occupy, el sueño americano es un eslogan tan vacío como el Make America Great Again de Trump y el Stronger Together de Clinton.

 

Apatía

"Voy hacia la Convención Republicana..." -le desliza en charla ocasional una sexagenaria a su compañera de vuelo de Dallas a Cleveland-. Si, y no sé lo que será... Literalmente, no sé lo que será". Tras la derrota electoral de 2012, los republicanos se sumieron en una introspección profunda, de la cual surgió una revisión sobre todo lo que funcionaba mal en el partido. Oficialmente, el documento de 100 páginas fue denominado Proyecto de Crecimiento y Oportunidad. En la jerga, lo llamaron la autopsia del Partido Republicano.

Basaba parte de su análisis en identificar patrones demográficos: una población blanca cada vez más envejecida aunque aún mayoritaria a la hora del voto, que es el fuerte del partido, frente a una creciente influencia de las minorías hostiles a los republicanos. Entre ellas, los hispanos, un crisol de nacionalidades que podrían valer hasta un 30 por ciento del electorado en 2016. Según el reporte, votan en bloque. En 2012, solo un 27 por ciento de ellos confió en Mitt Romney. Los republicanos esperaban que ese fuera el piso. Hasta Trump.

La autopsia fue un intento del establishment del partido para reformatearlo. No contaban con el ascenso de un populista que escapara a su control. Por eso los arquitectos republicanos, y los mecenas del partido en particular, se inclinaron en un primer momento por Jeb Bush, el ex gobernador de Florida. Y cuando fracasó, fueron por Rubio. Y cuando abandonó, migraron hacia el texano Ted Cruz en un último intento por frenar al loose cannon de Manhattan. Tampoco lo consiguieron. Los millones de Trump fueron cruciales para sortear este primer obstáculo de todo candidato. De hecho, Trump quedó sexto en la recaudación, solo porque usó dinero propio y no necesitó buscarlo afuera.

La revista POLITICO publicó un extenso reportaje titulado 'Dentro de la Convención en las sombras del GOP ‘. Con cierta tónica conspiradora, revela reuniones en paralelo en los lobbies de hoteles, oficinas de políticos y donantes, incluso convites en los días previos a la Convención con un mismo objetivo: pensar en el 9 de noviembre. Asevera el artículo que algunos de los mecenas más fuertes como los Hermanos Koch y Paul Singer programan la derrota para una refundación ya inoculada de todo radicalismo. De hecho, no hubo apellidos históricos en Cleveland, apenas un Bob Dole en silla de ruedas. De ahí la necesidad de separar el trumpismo del republicanismo. Caso contrario, se abre un escenario de incertidumbre para la aristocracia republicana con el magnate como jefe máximo.

En Cleveland, Trump repitió una y otra vez que se consagró con el mayor número de votos en una primaria. Pero en los números de la Convención, donde se mide el vigor partidario y la confianza, pasará a la historia como el nominado con el segundo mayor porcentaje de oposiciones en el último siglo de vida republicano. Un 30,2% de los delegados se afirmaron en su grito Never Trump . Solo la Convención dividida de 1976, Ford versus Reagan, lo supera. Y aquella vez no terminó bien para los republicanos.

Los demócratas enfrentan un desafío similar. El currículum de Clinton trae consigo el costo de los errores cometidos y ciertos escándalos, propios y ajenos, que la persiguen. A diferencia de Trump, la demócrata logró reconciliarse con Sanders en el tramo final. Le costó un precio módico: incorporar algunas de sus ideas, diluidas pero presentes al fin, a su plataforma política. Resta saber si el abrazo que se dieron en New Hampshire bastará para convencerá a los apóstoles idealistas del Feel The Bern que Hillary es mejor que Trump. Al menos, la única alternativa. Una vez más, la campaña binaria. Si pierde, entonces será el Partido Demócrata el que enfrente la lucha intestina por un nuevo liderazgo ya sin apellidos ilustres en pugna. Lo que deja claro Cleveland y lo que se percibe en Filadelfia es que dos caminos se abren para el Partido Demócrata y el Republicano de cara a noviembre. Solo uno de ellos elude el precipicio.


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